El pequeño Box, ya no tan
pequeño, volvía a casa tras haber comprado un portarretratos como regalo para
el octogésimo segundo aniversario de su padre. Pensaba colocarle una fotografía
familiar en su interior y emplazarlo encima de la mesa pequeña que había en el
salón, bastante cargada de fotos ya, sí, pero ninguna en la que apareciese toda la
familia.
Al llegar a casa, el pequeño Box
encontró un hombre indeciso plantado ante la puerta, expectante, ansioso.
Sostenía un sobre amarillento con su mano derecha. Su mirada deambulaba de un
lugar en otro sin prestar atención alguna a su alrededor. Sólo sus ojos se
detuvieron cuando cruzó miradas con el pequeño Box, y fue entonces cuando los
párpados se abrieron dando paso a una dilatación pupilar obra de la sorpresa.
Sus labios se separaron uno del otro dejando como mediador los dientes y
después, las palabras:
-
¿Es usted el señor Box? – Preguntó el
desconocido.
-
Sí, bueno… el señor Box es mi padre…
El hombre levantó su mano
derecha, donde sostenía el desgastado sobre, bajó la mirada y comenzó a hablar:
-
Verá… mi padre fue prisionero en el campo de
concentración de Albatera tras la Guerra Civil, los habitantes de la ciudad,
campesinos en su mayoría, eran conocedores de lo que ocurría en el campo de
concentración y, pese a que no fuesen ricos ni les sobrase comida, lanzaban
todos los días unos cuantos dátiles recién recogidos a través de la valla para
ayudar a escondidas a los prisioneros.
De vez en cuando,
las voces de los campesinos traspasaban los metros que los distanciaban de los
encerrados y éstos podían escucharlos hablar.
Mi padre fue
uno de los prisioneros de Albatera, y de entre todos los apellidos que
escuchaba, no le fue difícil memorizar uno tan peculiar. Box.
Su padre ayudó
al mío en tiempos difíciles. Hace una semana mi padre falleció y tenía escrita
esta carta desde hace mucho tiempo, esperando que su padre la leyera alguna vez
en su vida…
El pequeño Box, algo sorprendido
por la historia, invitó a aquél hombre a entrar para que pudiera entregarle el
desgastado sobre en mano a su padre él mismo. El hombre no se presentó ante el
señor Box, que descansaba en su sillón. Sólo extendió la mano con el sobre
diciéndole: - Este sobre es para usted.
El señor Box, comenzó a leer, con
dificultad, terminó la lectura y los párpados iban cerrándosele cada vez más a
menudo, y a cada parpadeo una lágrima transparente descendía con alivio llegando
hasta la barbilla y desprendiéndose de ésta como quien se despide de una
pesadilla.
“Gracias Señor Box, sin su ayuda hubiera
sido imposible sobrevivir”. F.D.O. Francisco Hernández, prisionero de Albatera.
[Historia basada en hechos reales]